jueves, 15 de diciembre de 2011

La maldición izquierdista


Ser de izquierda no necesariamente significa ser un revolucionario autentico, este último es dueño de una convicción profunda de que sus ideas se pueden concretizar en la práctica del quehacer cotidiano. No escatima esfuerzos, vive y muere siendo revolucionario convencido de que el ser humano está siempre en una constante búsqueda de nuevas formas de convivencia y desarrollo tanto en lo individual como en lo colectivo sin perderse jamás en el camino, en la búsqueda por la igualdad y la justicia. El revolucionario autentico, no es el radical, de quien la teorista Germano-Americana, Hanna Arendt;  decía que se transforma en conservador el día después de la revolución. En cuanto a la izquierda y a los que se dicen ser izquierdistas o socialdemócratas, ha sido una característica de estos, la ambivalencia y la falta de una solidez político-ideológica la que siempre les ha caracterizado. Son los llamados izquierdistas revolucionarios de escritorio quienes en los mejores momentos y haciendo gala de una pasmosa inconsecuencia han optado por el arribismo y el oportunismo, aliándose o defendiendo la causa del gran capital y de sus agresiones imperialistas. Una muestra de lo anterior es el triste papel que la desprestigiada y corrompida izquierda internacional ha jugado en el caso de la agresión imperialista en contra de Libia y de Siria respectivamente. De la mano de figuras como el extravagante intelectual francés Bernard Henry Levy (BHL) y del profesor universitario norteamericano Juan Cole, la izquierda internacional de manera servil y traicionera se ha aliado, convencidos según ellos de sus altos valores morales, con el intervencionismo guerrerista de los Estados Unidos y la OTAN disfrazado con el diabólico nombre de “intervención humanitaria.” ¿Que de humanitaria puede tener el aventarles miles de bombas y misiles a poblaciones enteras destruyendo todo tipo de propiedad y aniquilando miles de vidas inocentes? No hay duda que la izquierda democrática es un total descalabro intelectual y moral.
El siguiente pasaje ilustra el desencanto y cólera que Marx manifestaba en contra de los socialistas de su época.
Plagiado, incomprendido, tergiversado, dividido en el Marx joven y el Marx viejo, en el siglo XX, aún en vida comenzó a percibir las malas interpretaciones que se hacían de su teoría. Con un grado de cólera comprensible -se trataba nada menos que de sus yernos- el 11 de noviembre del 82 le escribía a Engels: “¡Que se vayan al diablo Longuet, el último proudhoniano, y Lafargue, el último bakunista !”
A Pablo Lafargue, el 27 de octubre de 1890. Engels le enviaba una carta en la que comentaba el arribismo que existía en el partido socialdemócrata alemán:
Ha habido revueltas de estudiantes, literatos y otros jóvenes burgueses desclasados se han lanzado al partido, han llegado a tiempo para ocupar la mayoría de los puestos de redactores en los nuevos periódicos que pululan y, como de costumbre, consideran la universidad burguesa como una escuela de Saint Cyr socialista que les da derecho de entrar en las filas del partido con el título de oficial, si no de general. Estos señores practican todos el marxismo, pero de la especie que se conoce en Francia desde hace diez años, y del que Marx decía: “Todo lo que sé es que yo no soy marxista”. Y probablemente diría de estos señores lo que Heine decía de sus imitadores: “Sembré dragones y coseché pulgas.” 


A continuación  procedemos con la publicación del artículo La maldición izquierdista guatemalteca en el cual el profesor Luciano Castro Barillas enfoca y aclara todas las creencias erróneas a cerca de la izquierda guatemalteca. Marvin Najarro





LA MALDICIÓN IZQUIERDISTA GUATEMALTECA



Por Luciano Castro Barillas


Su irrelevante práctica política y su inconsistencia ideológica los hace, realmente, despreciables. Fueron una fracción oportunista del movimiento obrero del siglo XIX. Siempre ha sido así, o tal vez fueron un poco mejor en el pasado (en los decenios iniciales del siglo XX), cuando renunciando a la lucha de clases, promovieron por todos los rincones de la Alemania agrícola y pobremente industrializada de esos años que, el camino al socialismo, no era la revolución, sino un camino más cómodo y menos doloroso: el parlamentarismo liberal de esos años.
            
El movimiento socialdemócrata alemán (o revisionismo en opinión de los marxistas-leninistas) nació de la mano de August Bebel y Wilhem Liebknecht y justo es decirlo, gozaba de mucho prestigio entre los trabajadores alemanes. Sufrieron represalias del canciller Otto von Bismarck, no obstante fueron elegidos al Reichstag o parlamento en 1871 y desde esa posición, pese al bloqueo y represión del partido monárquico y católico (los socialdemócratas tenía como tesis fundamental la no confrontación); lograron impulsar un programa político que se concretó en la elaboración de leyes laborales que protegía a los trabajadores, en años sumamente difíciles para la clase obrera, pues se trabajaba en condiciones de esclavitud e insalubres, de 12 a 14 horas, recibiendo palo a veces de sus patronos o capataces.  La legislación laboral alemana era, pues, la más avanzada del mundo en cuanto a tutelas sociales y laborales, antes de la Primera Guerra Mundial, al punto que para 1912, el SPD (Partido Socialdemócrata Alemán) era el partido más votado de Alemania con el 35% de diputados. Los marxistas no podían hacer otra cosa que ver esos resultados, en la medida que para los materialistas históricos la práctica, los hechos, son el criterio de la verdad y los socialdemócratas realmente lo estaban haciendo bien, al menos a mediano plazo.
            
Pero, ya para 1914, la práctica política de la izquierda socialdemócrata alemana iba a tirar por la borda su consecuencia con los trabajadores, pues termina apoyando la política nacionalista del gobierno alemán durante la Primera Guerra Mundial, desatendiendo otro principio fundamental del marxismo: el internacionalismo proletario. El divorcio con los comunistas a partir de allí fue definitivo, pues, en la práctica, su tesis conciliatoria, colaboracionista con el capitalismo, mediatizaba la disposición de lucha de los trabajadores que creían en el evolucionismo social y no en la lucha de clases.
            
Esas ideas siguen siendo las mismas en las personas de filiación socialdemócrata en todas partes del mundo, pues aparte de ambivalencia y falta de carácter personal (si no vea al presidente Álvaro Colom y sus posiciones políticas) la socialdemocracia es un oportunismo político e ideológico, porque por un lado reconoce la perniciosidad de las prácticas capitalistas pero no está dispuesta a confrontarlas. Lucha solamente por reformar el sistema capitalista, no por destruirlo, que es la razón de ser de la lucha de clases de los comunistas.
            
Ya en el contexto nacional, Guatemala está por finalizar un gobierno de corte izquierdista, no revolucionario. La mayoría de ciudadanos no sabe diferenciar estos dos conceptos y creen, con simpleza, que los guerrilleros son los que están en el poder. A esta confusión ha contribuido personas oportunistas y que de hecho han renunciado a su posición de revolucionarios como Pablo Monsanto (ex comandante en jefe de la Fuerzas Armadas Rebeldes) y Arnoldo Noriega, para citar los ejemplos dos ejemplos, no porque lo hayan proclamado o dicho; sino por asuntos de práctica. De esos hechos demoledores que el habla el marxismo. Nadie puede seguir manteniendo la calidad de revolucionario cuando decanta hacia una posición de derecha, tal ha sido hasta el momento el régimen del señor Álvaro Colom. La parafernalia izquierdista, la propaganda engañosa y la demagogia social  son lo que ha hecho decir a los sectores ultrarreaccionarios de nuestro país (la Asociación de Veteranos Militares, por ejemplo) que esa gente  -los guerrilleros-  están en el poder.
            
Los revolucionarios que yo conozco, estimados lectores, siguen firmes en sus posiciones, pobres, pasando penas; llevando una vida modesta. Muchos de ellos con excepcional formación académica, pero no metidos en la comercialización de sus profesiones. Por lo tanto, cuando esa cohorte de pillos que se van del poder hacen lo indecible para ocultar sus fechorías (desaparecen las computadoras o los persiguen penalmente por lavado de dinero como la señora Gloria Torres y sus dos hijas a las que lamentablemente les enseñó a ser ladronas); se siente una profunda tristeza e indignación que crean que ese tipo de personas izquierdistas son las personas revolucionarias. Es como confundir gimnasia con magnesia. Los izquierdistas siempre han denostado los nobles ideales de la revolución proletaria y el socialismo y han dado, eso sí, pésimas contribuciones al desarrollo de la lucha  popular y revolucionaria con su mediatización espiritual y sus inconsistencias política e ideológicas, al menos en América Latina, donde no han podido construir nunca el tan cacareado estado de bienestar.
            
Guatemala sufre la maldición izquierdista. El pleito eterno con estos sectores de ideología errática y oportunista. Vendibles, entreguistas y dispendiosos. Afirman admirar al socialismo, pero prefieren al final quedarse con el capitalismo. Como Portillo, hablaba con lenguaje de izquierda pero  pateaba  -y muy bien-  con la derecha. Allí los ve, intentando despedirse del gobierno con una parranda demasiado cara: 1 millón de quetzales, sólo en wiskey! Verdad o mentira, pero si fuera así, eso es sencillamente lamentable, para un país que ocupa el cuarto lugar a nivel mundial en desnutrición infantil.







Publicado por: Marvin Najarro
CT, USA.
           
 

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