domingo, 22 de enero de 2012

La muerte de un tránsfuga


Sea cual sean los móviles del asesinato del diputado por el departamento de Alta Verapaz, Valentín Caal Leal, la noticia de tal hecho no pudo ocurrir  en el peor de los momentos, la toma de posesión del nuevo Presidente de Guatemala. La noticia que trascendió por los diferentes medios de prensa y la manera como era interpretada no hizo más que poner de manifiesto el estado de inseguridad pública que se vive en el país y todo esto en las propias narices de alguien que basó su campaña electoral en la aplicación de la mano dura como la política más apropiada para combatir el crimen. El crimen o los móviles del mismo han quedado en un limbo, pues la prensa (sus razones tiene) no ha contribuido a clarificar los orígenes, a difundir las diversas versiones que circulan o las causas reales del mismo, aunque claro, esta es tarea del Ministerio Público y la policía. Si fue un crimen perpetrado por razones puramente políticas o de otra índole eso probablemente no se sabrá por mucho tiempo, pues no hay que olvidar que Guatemala es el país donde el encubrimiento y la impunidad reinan supremas. El transfuguismo político ha sido quizá la característica principal que ha definido el quehacer político nacional.  No existen instituciones políticas o partidos cuyo fundamento este sustentado en principios de fuerte filiación ideológica, mucho menos que cuenten con programas de trabajo diseñados en función de las necesidades del pueblo. Su ideología es el oportunismo. Los negocios turbios. La complacencia y la colusión política y criminal con los grandes intereses económicos, de allí deriva el hecho de que hayan desaparecido tantos partidos políticos y que cada rato surjan nuevas agrupaciones políticas con los mismos actores de antes y de siempre. El transfuguismo político en Guatemala es una normal anomalía de un Estado, que como lo manifiesta un  prestigioso columnista de Siglo XXI  (...) es un Estado fuerte para privilegiar intereses particulares, pero débil para atender las cada vez más impresionantes demandas sociales. Un Estado exitoso para quienes han promovido la corrupción, pero fallido para los millones de guatemaltecos pobres y comunes. Este  Estado de herencia colonial, santificado por los criollos políticos (mediocres en lo académico, recios en su irracional terquedad) que no declinan en el recurso a ese reiterado delito/ritual -electoral para asaltar el poder que por mandato nos pertenece a todos. He allí su obra, la Guatemala horrenda en donde ni sus hijos y nietos pudieron vivir, eso sí privilegiados todos con propiedades en el exterior y acaudaladas cuentas bancarias, derrochando lo ilegítimamente apropiado. ¿90 diputados “nuevos”, muchos de caras viejas serán la solución? ¿Modificara eso el Estado “nacional”? Marvin Najarro

A continuación procedemos a publicar la siguiente nota periodística enviada desde Guatemala por el estudiante de periodismo, Valentín Zamora Altamirano.






LA MUERTE DE UN TRÁNSFUGA

Por Valentín Zamora Altamirano


En Guatemala se ha llegado a tomar como absolutamente normal que los políticos  -politicastros sería la palabra justa- pueden ir de un partido político a otro, sin que esa acción que pone de relieve la carencia de principios y de convicciones  tenga sanción moral ni política alguna. Semejantes personas debieran ser objeto de repudio, marginación, exclusión y aislamiento en un país con políticos normales; en primer lugar de sus electores y en segundo lugar de los partidos políticos que medran o languidecen en el congreso nacional, institución epónima de la corrupción, desde siempre, pero ahora más nunca. El salario de los diputados es altísimo, desproporcionado,  si consideramos el ingreso medio de los guatemaltecos, el cual no logra cubrir el mínimo vital, de allí que los indicadores de bienestar material nos sitúan en la infamia de la extrema pobreza en una tierra fértil, extremadamente feraz, cuyo modelo económico y político deformado, perverso; es incapaz de producir los alimentos necesarios para alimentar a sus 14 millones de habitantes puesto que las mejores  y mayores extensiones de tierra cultivable se dedican a los cultivos de la agroexportación (caña de azúcar, palma africana, café, etc.). Es un sistema político que se gesta a partir de su obsoleta estructura productiva, arrancando de allí todas las deformaciones superestructurales subsiguientes que se legitiman y legalizan a través del Congreso Nacional y de las acciones personales y grupales de una horda politiquera que llega al congreso a través de los expedientes  y recursos más indignos a depredar, no a construir una mejor nación. El rechazo ciudadano hacia esa institución es generalizado y se le identifica como la peor expresión del Estado guatemalteco, sin embargo, es uno de los lugares más apetecibles para los desaprensivos porque allí se trabaja poco, se paga bien, se tiene poder, prerrogativas; pero sobre todo, no se pagan su comida. Es el pueblo de Guatemala con sus tributos el que paga a estos atorrantes su buen comer. ¿Cómo es posible esto? En un país que ocupa el cuarto lugar en desnutrición infantil en el mundo y escasean los alimentos en los sectores menos favorecidos de la población que viven ahora comiendo tortillas de maíz y frijoles (en el mejor de los casos) esta clase de sujetos llegan en situación de engorde pues arrellanados en sus cómodas poltronas (sillas para holgazanear) comen y maquinan como aumentar sus ingresos personales. Los problemas del país y las necesidades de sus habitantes pasan a un segundo plano.
                
Pues bien, los resultados de esa rapiña (pues todos los congresistas son empresarios a cuyas empresas se asignan mutuamente contratos de bienes y servicios, de mala calidad, por supuesto) hace que el pleito y la disputa entre ellos se torne intestina, al punto que terminan matándose. En el seno de ese antro luciferino los improperios personales, la palabra grosera, el insulto; son cosa de todos los días. Así como también es el reino de la indiferencia, pues los diputados forman corrillos de conversadores mientras otro en uso de la palabra habla sin ser escuchado. Es lo normal. Lo toman como normal. Es una institución realmente despreciable podrida hasta la médula. Nada bueno puede salir de allí y a no ser por la presión internacional, ninguna ley de importancia para la nación hubiera tenido lugar.

Se han emitido muchos comentarios sobre la muerte de un diputado asesinado de Alta Verapaz, Valentín Leal Caal, muerto un día antes de tomar posesión de su cargo. Esta persona había sido electo para el cargo por el partido LIDER, de Manuel Baldizón, sin embargo, en un acto de inverosímil y extremo cinismo político, se había integrado a la bancada oficial (el partido Patriota) para formar parte de su bancada. Semejante deslealtad (a sus electores y al partido político que lo llevara al cargo iba a tener como resultado lo que le sucedió: un ajusticiamiento en plena calle, tal vendetta entre mafiosos. No creo, pues, que se haya matado realmente a un político. Creo que se mató a un sujeto demasiado sucio e inescrupuloso, salido del estercolero de la política nacional. Si preocupa que un partido  -el oficial-  sea tan desaprensivo como para aceptar por el voto a ese tipo de personas. Es una mala señal y falta de agudeza política pues quien traiciona una vez, lo seguirá haciendo. Todo traidor se hace a sí mismo, se falla a sí mismo y no cree en él. Cosa rara también es que los columnistas y los analistas políticos de los medios de comunicación masivos de Guatemala no comentaron este hecho. ¿Temor o complicidad?

Uno no puede menos que quedarse con muchas dudas…








Publicado por: Marvin Najarro
Ct., USA. 

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