martes, 10 de abril de 2012

¡CÓMO MENTIMOS! …


 INTRODUCCIÓN


Manuel José Arce nos lleva con su tintineante y cintilante palabra, ajena a las poses doctorales o intelectuales, más allá de los indicadores sociológicos propios del mundo académico. Nos desvela por medio de la lírica ternura de su palabra, de su hablar poético, el mundo de las desigualdades sociales, de los contrastes, de las exclusiones; de todo un universo de falaces justificaciones de aquellas personas que niegan la mano, la solidaridad a los seres humanos que sufren o que están en desventaja ante ellos. Unos lo hacen con desdén, que es un paso delante de la displicencia o la indiferencia. Otros (como muchos “intelectuales” de derecha formados en antihumanidad en el ámbito de la educación superior privada y también estatal) leyendo la realidad como mejor les conviene y otros  -los más-  repitiendo las viejas ignorancias  “del pobre por huevón y sin iniciativa”. En fin, son los pensamientos mediocres de la postmodernidad, del neoliberalismo; sólo que con ropajes diferentes. Tal como lo descubriera Aristóteles hace ya muchos años: “Las cosas se diferencian en lo que se parecen”. Y no parecen darse cuenta, en su locura de acumulación monetaria e insensibilidad, que están desde ya hace ratos sentados en un volátil barril de pólvora o acomodándose en la punta de una escurridiza bayoneta. Luciano Castro Barillas.







¡CÓMO MENTIMOS!


Por Manuel José Arce



¡La de maneras que hay de ver la vida! Y no sé por qué, casi siempre escogemos la manera menos apegada a la realidad. Mejor dicho, sí sé por qué: porque la realidad no nos gusta y nos da pereza tratar de cambiarla. Pereza e impaciencia. Porque para modificar la realidad no basta sólo nuestro esfuerzo personal de un momento: es una tarea colectiva a largo plazo.


Pero volviendo al punto inicial, para no ver la realidad tal cual es adoptamos una serie de visiones “literarias” que nos lo simplifican todo, que nos resultan muy cómodas para no pensar más ni asumir responsabilidades. Como la gente que, para justificarse, dice: “Es que yo soy así”. Y para poner un ejemplo, cuántas maneras hay de ver a un mendigo.


-Son gente haragana que no sirve para nada: no quieren trabajar, quieren que la sociedad los mantenga.  –Es una de las cómodas versiones de esa realidad.

-Ellos viven felices así; son verdaderos filósofos, descendientes de Diógenes El Cínico. Han renunciado a las complicaciones que padecemos todos los demás. Han encontrado “la verdad” en la “renunciación”…


-Tal, otro punto de vista sumamente “intelectual” acerca del mismo personaje.


Y qué lejos están ambas versiones de lo que es la realidad: el mendigo es una víctima de nuestra sociedad. Es un ser humano con hambre, sin techo, sin salud, sin esperanza, sin preparación para esta competencia a muerte en que hemos convertido la vida. Es un ser derrotado por sus semejantes. La verdad es que muchas de las gentes que lo ven como un filósofo o como un haragán empedernido, no han dejado de estar conscientes de que, con lo que ellos mismos se gastan en la menor de sus vanidades, muchos mendigos podrían comer y que si esto ocurre es señal de que la sociedad está enferma y funciona mal. Pero qué incómodo resulta pensar en eso.


Qué incómodo. Cuanto más fácil es ver las cosas de otro modo, decir las cosas de otro modo, inventarse una versión menos real y más sofisticada de la realidad. “Pobrecitos: algo están pagando”, resulta una mentira muy piadosa para quien la pronuncia.










Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.

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