domingo, 8 de julio de 2012

EL DEMONIO QUE COSECHABA NIÑOS


El día jueves, en un fallo histórico emitido por los tribunales de justicia de Argentina, el ex dictador Jorge Rafael Videla, quien había asumido el poder tras un golpe de Estado contra el gobierno de Isabel Perón, en 1976, fue sentenciado a 50 años de prisión por los delitos de sustracción, retención y ocultamiento de menores de edad y por la supresión de su identidad. En lo que se considera como un programa sistemático diseñado por la junta militar argentina para el robo de niños recién nacidos de mujeres embarazadas quienes habían sido secuestradas, torturadas y mantenidas en prisiones militares el tiempo necesario mientras daban a luz. Y, quienes luego después serian ejecutadas o lanzadas en cadenas al mar desde aviones militares en los fatídicos “vuelos de la muerte”. Según el grupo defensor de los derechos humanos, Madres de la Plaza de Mayo, aproximadamente 500 niños recién nacidos fueron secuestrados y entregados a familias de militares o depositados en orfanatorios.





EL DEMONIO QUE COSECHABA NIÑOS

        Jorge Rafael Videla ( 1979)


Por Marvin Najarro

Escondido en su elegante estilo y sus trajes de vestir ingleses hechos a la medida, se ocultaba un diabólico ser: Rafael Videla. El general que comandó el golpe militar que depuso al inefectivo gobierno argentino de Isabel Perón, el 24 de marzo de 1976, se daba ínfulas de un gran teorista en guerra contrainsurgente, proponiendo el uso ingenioso de las palabras como también formas imaginativas de asesinato y tortura. Fue dentro de ese diabólico esquema de proceder que se ejecutó uno de los  más despiadados actos de deshumanización que tuvo lugar durante el periodo de la guerra sucia en Argentina: el robo de infantes. Videla fue acusado de permitir y ocultar el plan mediante el cual los infantes eran literalmente cosechados de mujeres embarazadas quienes fueron mantenidas con vida en prisiones militares lo suficiente como para dar a luz. Posteriormente y, en algunos casos después de operaciones de cesaria de media noche,  los niños recién nacidos eran arrebatados de las manos de las nuevas madres y entregados a familias militares o enviados a orfanatorios. Después de perpetrada esa inhumana acción, las madres eran trasladadas a otros lugares en donde luego serían ejecutadas. Algunas fueron puestas a bordo de aviones militares, en los infames “vuelos de la muerte,” desde donde, encadenadas a otros prisioneros, eran  arrojadas al mar. La idea de dar los niños a oficiales militares de derecha era parte de toda la teoría militar argentina de como erradicar el pensamiento subversivo de izquierda.

Según datos de la organización humanitaria, Madres de la Plaza de Mayo, se estima que unos 500 infantes fueron robados por los militares durante los años de la represión de 1976 a 1983. En total se considera que entre 13,000 a 30,000 argentinos fueron asesinados, desaparecidos, enterrados en fosas comunes o arrojados desde aviones sobre el Atlántico durante la guerra sucia. Jorge Rafael Videla, el elegante general maníaco, creía que no importaba el número de personas que deberían morir con tal de tener seguridad en  Argentina, así lo declaró en 1975, en apoyo de uno de los escuadrones de la muerte, conocido como; la Alianza Anticomunista Argentina, la Triple A. Aunque los grupos armados de izquierda habían sido resquebrajados al momento del golpe militar, los generales no dieron tregua y organizaron una amplia campaña contrainsurgente destinada a barrer con los residuos de lo que ellos consideraban subversión política. Videla llamó a esto, “el proceso de reorganización nacional", planeado para restablecer el orden a la vez que se inculcaba la animosidad hacia todo aquello que tuviera que ver con el pensamiento de izquierda. “El objetivo del Proceso es la profunda transformación de la consciencia", anunciaba Videla.

A la par del terror selectivo, Videla hacía uso de sofisticados métodos de relaciones públicas, le fascinaban las técnicas del uso del lenguaje para el manejo de la percepción popular de la realidad, al grado de patrocinar conferencias internacionales sobre Relaciones Públicas y otorgarle a la gigantesca firma estadounidense, Burson Marsteller, un contrato por un millón de dólares. Siguiendo al pie de la letra las indicaciones de Burson Marsteller, el gobierno de Videla puso especial énfasis en cultivar reporteros de las publicaciones elite de Estados Unidos. “El terrorismo no es la única noticia de Argentina, tampoco es la de mayor importancia", anunciaba el mensaje optimista de una campaña de relaciones públicas.

Dado a que los encarcelamiento y ejecuciones de disidentes rara vez eran reconocidos, Videla sentía que podía negar la participación del gobierno, dándole al mundo la escalofriante nueva frase, “los desaparecidos". Muchas veces sugirió que los argentinos, de paradero desconocido, no estaban muertos, simple y sencillamente se habían marchado a otros países en donde vivían cómodamente. “Enfáticamente niego la existencia de campos de concentración en Argentina o de establecimientos en los cuales la gente es detenida por mucho más tiempo de lo absolutamente necesario en esta… batalla e contra  la subversión", le dijo a un periodista británico en 1977. En un contexto más amplio, Videla y los otros generales consideraban su misión, como una cruzada, para defender la Civilización Occidental de la amenaza del comunismo internacional, trabajando muy cercanamente en dicho cometido con la Liga Anticomunista Mundial, basada en Asia, y su afiliada en Latinoamérica, la Confederación Anticomunista Latinoamericana (CAL).

¿Y en todo este diabólico esquema que papel jugo  Estados Unidos, especialmente la administración de Ronald Reagan?  

A pesar de que el gobierno de los EE.UU. estaba plenamente consciente de las atrocidades cometidas por la junta militar argentina, las cuales habían sido condenadas públicamente por la administración de Jimmy Carter, en los años 70, estos neonazis argentinos fueron efusivamente apoyados por Ronald Reagan, tanto en su papel de comentarista político, a finales de los 70 y como presidente cuando llegó al poder en 1981. Cuando la coordinadora de los derechos humanos del presidente Carter, Patricia Derian, reconvino a la junta militar argentina por su brutalidad. Reagan haciendo uso de su columna periodística, la emprendió contra ella, sugiriendo que Derian debería “caminar una milla en los mocasines de los generales antes de criticarlos".

Elliott Abrams, entonces secretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos, en testimonio via videoconferencia desde Washington, declaró haber urgido a Reynaldo Bignone, a que revelara la identidad de los niños secuestrados, en momentos en que Argentina empezaba la transición hacia la democracia en 1983. Abrams, dijo que la administración de Reagan “sabía que no eran únicamente uno o dos niños", indicando que oficiales de Estados Unidos creían que existía un plan de alto nivel, “ya que mucha gente estaba siendo asesinada o encarcelada". Aun así, ante tanta atrocidad, Reagan prefirió poner una cara alegre colmando de alabanzas de gratitud a los generales de la junta argentina. Reagan entendió el papel central de los generales argentinos en la cruzada anticomunista que estaba convirtiendo a Latinoamérica en una pesadilla represiva de dantescas proporciones. Los líderes de la junta argentina se vieron a sí mismos como los pioneros en técnicas de tortura y operaciones psicológicas, compartiendo sus experiencias con otras dictaduras militares de la región.

Pero parecía que las buenas relaciones de los generales argentinos con la administración de Ronald Reagan estaban a punto de experimentar un cambio brusco. Confiados los generales, llegaron a creer que contarían con el apoyo de la administración Reagan en sus planes de invadir las Malvinas. Pero para su sorpresa, Washington (no sin antes agasajar a los incautos generales con una elegante cena de estado en Washington a la  que asistió la nefasta Jeane Kirkpatrick) decidió aliarse con el gobierno británico de la también terrorífica, Margaret Thacher, alianza que al final de cuentas terminaría con la dictadura militar argentina. Fue aparentemente durante ese período de tiempo que Abrams habló con Bignone sobre la identificación de los niños que habían sido arrebatados de sus madres y entregados al personal militar.

En una de esas extrañas,  pero a la vez recurrentes ironías de la vida, Elliott Abrams -parte del círculo de allegados del presidente Reagan- sería quien con su testimonio, se encargó de ponerle fin a la libertad de Videla y enviarlo a donde corresponde, a las puertas del infierno a donde pertenecen esas almas, engendros del mal.











Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.

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