lunes, 24 de septiembre de 2012

SABRA Y SHATILA:…


En Tel Aviv, el enviado estadounidense Moris Draper y el embajador Samuel Lewis, se reunieron con el general Ariel Sharon y otros oficiales israelíes para intentar forzar una retirada de las fuerzas israelíes de la parte occidental de Beirut. A pesar de que los Estados Unidos habían ayudado en la coordinación de la salida de miles de combatientes de la OLP de los campamentos de refugiados, los dirigentes israelíes argumentaron que la presencia de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) en la parte occidental de Beirut, era necesaria porque todavía quedaban miles de “terroristas palestinos”. Los norteamericanos sabían que las afirmaciones de los israelíes eran falsas y temían la ocurrencia de una masacre si se les permitía a las milicias falangistas entrar a los campamentos de refugiados palestinos. Muchos oficiales israelíes de alto rango temían lo mismo.


SABRA Y SHATILA: A 30 AÑOS DE LA INFAMIA


Por Marvin Najarro
La Cuna del Sol


Documentos revelan el papel de EEUU en la masacre de palestinos

Este 18 de setiembre se cumplieron 30 años de la masacre de refugiados palestinos que vivían   en los campamentos de Sabra y Shatila en Beirut, Líbano. La brutal carnicería humana que tuvo lugar entre el 16 y 18 de septiembre de 1982, fue la obra macabra de las fanáticas milicias falangistas cristianas de derecha, aliadas con Israel, que había invadido Líbano en junio de 1982 involucrándose de esta manera en la guerra civil de ese país.

En la noche del 16 de septiembre de 1982, el ejército israelita permitió  que una milicia del ala derecha libanesa  entrara a los campamentos de refugiados palestinos en Beirut. En los subsiguientes tres días de violencia desenfrenada, la milicia, ligada al Partido Falange Cristiano Maronita, violó, mató y desmembró al menos a unos 800 palestinos (las cifras varían y se calcula que podrían ser más de 1700 los palestinos masacrados) mientras las luces de bengala del ejército israelí iluminaban los oscuros y estrechos pasillos de los campamentos. Casi todos los muertos eran mujeres, niños y ancianos. La razón de Israel para propiciar tan horrendo acto de violencia indiscriminada fue que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) se había convertido en un estado dentro de un estado en Líbano y por lo tanto tenía que ser erradicada.

Treinta años han pasado de ese brutal acto, que refleja ante todo, la clara naturaleza criminal de esos seres humanos quienes, al amparo del poder que ostentan y en busca de establecer su total hegemonía sobre un pueblo ocupado, vejado y humillado por más de 60 años, muestran sin compunción alguna, el desprecio que sienten por la vida de aquellos a quienes han robado y desalojado de sus ancestrales tierras y quienes no tienen derecho a defenderse y reclamar lo que históricamente les pertenece, Palestina. La masacre en los campamentos de Sabra y Shatila es recordada como un horrendo capitulo en la historia moderna del Medio Oriente, oscureciendo la tormentosa relación entre Israel, los Estados Unidos, Líbano y los palestinos. En 1983, una comisión investigadora israelí concluyó que líderes de Israel fueron “responsables indirectos” de la matanza y que el entonces ministro de Defensa y luego primer ministro, Ariel Sharon, cargaba con “responsabilidad personal” al fallar en prevenirla.

El papel de Estados Unidos

Mientras que la participación de Israel en la masacre ha sido examinada muy de cerca, las acciones de los Estados Unidos nunca han sido completamente entendidas.

En una reciente página de opinión publicada por el New York Times se detalla la complicidad de los Estados Unidos en la masacre. En la misma  Seth Ansiska, candidato a un doctorado en la Universidad de Columbia, analiza una serie de documentos recientemente desclasificados por Israel que revelan la implacable naturaleza de las discusiones de hace treinta años entre los líderes norteamericanos e israelíes. Los documentos exponen como los oficiales norteamericanos fueron esencialmente intimidados para que no hicieran nada para prevenir la matanza de los palestinos. Los israelíes hicieron que los norteamericanos aceptaran la espuria afirmación de que dentro de los campamentos había miles de terroristas. Más problemático todavía fue el hecho de que los Estados Unidos, estando en condiciones de ejercer una fuerte presión diplomática sobre los líderes israelíes, fallaron al no poder impedir que la matanza continuara. Como resultado las milicias falangistas, sin obstáculo alguno, procedieron a masacrar impunemente a cientos de palestinos a quienes los EEUU había prometido proteger.

Tras el inicio del involucramiento de Israel en la guerra civil de Líbano, con el objeto de expulsar al Organización para la Liberación de Palestina y de establecer un gobierno encabezado por sus aliados cristianos, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) inmediatamente sitiaron las áreas que la OLP controlaba en la parte occidental de Beirut. Los intensos bombardeos israelíes provocaron numerosas bajas entre la población civil, poniendo a prueba al presidente Ronald Reagan, que inicialmente había apoyado a Israel. A mediados de agosto, cuando Estados Unidos negociaba la salida de la OLP de Líbano, Reagan le dijo al primer ministro Menachem Begin que los bombardeos “tenían que terminar o nuestras futuras relaciones estarían en peligro”, esto lo escribió Reagan en sus diarios.

Para septiembre 1, bajo la supervisión de una fuerza multinacional de la cual eran parte los marines estadounidenses, miles de combatientes de la OLP, incluyendo a Yaser Arafat, habían salido rumbo a varios países árabes. Después que los EEUU negociaron un cese al fuego que, incluía garantías por escrito para proteger a los civiles palestinos que quedaban en los campamentos - de los ataques de los vengativos cristianos libaneses - los marines partieron de Beirut el 10 de septiembre.

En septiembre 14, fue asesinado Bashir Gemayel, un maronita, que recientemente había sido electo presidente de Libano y que Israel esperaba que apoyara una alianza cristiano - israelí. Israel reaccionó violando el acuerdo de cese al fuego e inmediatamente ocupó la parte occidental de Beirut – presumiblemente para evitar que las milicias atacaran a civiles palestinos. “La orden más importante del día  es mantener la paz”, le dijo Menachen Begin, en septiembre 15, al enviado de los Estados Unidos para el Medio Oriente, Morris Draper. “De lo contrario, podrían haber pogromos” 

Para septiembre 16, las Fuerzas de Defensa de Israel, estaban en pleno control de la parte occidental de Beirut, incluyendo los campamentos de Sabra y Shatila. El mismo día en Washington, Lawrence Eagleburger, sub secretario de Estado, le dijo al embajador de Isarael, Moshe Arens, que “la credibilidad de Israel había sido severamente dañada” y que, “nosotros parecemos ante otros ser las víctimas de un deliberado engaño de parte de Israel”. Eaglelburger demandó que Israel se retirara inmediatamente de la parte occidental de Beirut.

En Tel Aviv, el enviado estadounidense Moris Draper y el embajador Samuel Lewis, se reunieron con el general Ariel Sharon y otros oficiales israelíes para intentar forzar una retirada de las fuerzas israelíes de la parte occidental de Beirut. A pesar de que los Estados Unidos habían ayudado en la coordinación de la salida de miles de combatientes de la OLP de los campamentos de refugiados, los dirigentes israelíes argumentaron que la presencia de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) en la parte occidental de Beirut, era necesaria porque todavía quedaban miles de “terroristas palestinos”. Los norteamericanos sabían que las afirmaciones de los israelíes eran falsas y temían la ocurrencia de una masacre si se les permitía a las milicias falangistas entrar a los campamentos de refugiados palestinos. Muchos oficiales israelíes de alto rango temían lo mismo.

El 17 de septiembre (12.30 p.m.), el ministro de Relaciones Exteriores Yitzhak Shamir condujo una reunión con el señor Draper, Sharon y varios jefes de los servicios de inteligencia israelíes. Shamir, supuestamente al tanto de la matanza en los campamentos esa mañana, no dijo nada.

De acuerdo a Anziska, “la transcripción de la reunión del 17 de septiembre revela que los norteamericanos fueron intimidados por las falsa insistencia de Sharon de que “era necesaria una limpieza de terroristas”. También demuestra como la negativa de Israel a ceder aquellas áreas bajo su control y la tardanza en coordinar con el Ejército Nacional Libanes, el cual los norteamericanos querían que entrara en acción, prolongó la matanza.

“El señor Draper abrió la reunión demandando que las F.D.I. se retiraran inmediatamente. Sharon explotó, “Simplemente no lo entiendo, ¿Qué es lo que ustedes quieren? ¿Quieren que los terroristas se queden? ¿Están ustedes temerosos que alguien piense que están en colusión con nosotros? Niéguenlo. Nosotros lo negamos”. El señor Draper, impasible, continúo insistiendo por señales definitivas de una retirada. Sharon, que sabía que las fuerzas falangistas habían entrado ya a los campamentos, cínicamente le dijo, “nada pasara. Quizás unos cuantos terroristas más serán eliminados. Eso será de beneficio para todos nosotros”.

Continuando con su suplica por alguna señal de una retirada de Israel, el señor Draper, advirtió que los críticos dirán, “seguro, las FDI se van a quedar en Beirut Occidental y van a permitir que los libaneses entren y maten a los palestinos en los campamentos”.

Sharon replicó: “Y qué, nosotros los mataremos. No los dejaremos ahí. Usted no va a salvarlos. Usted no va a salvar a estos grupos del terrorismo internacional”. Sharon explotó de nuevo: “Cuando se trata de nuestra seguridad, nosotros nunca hemos preguntado. Nunca preguntaremos. Cuando se trata de existencia y seguridad, es nuestra propia responsabilidad y nunca se la daremos a nadie para que decida por nosotros”.

“Al permitir que el argumento procediera en los términos de Sharon, el señor Draper efectivamente le otorgó a Israel el pretexto para dejar que los combatientes de la falange permanecieran en los campamentos.

Una vez conocida la magnitud de la masacre, los funcionarios de los Estados Unidos desde el presidente Reagan hacia abajo, horrorizados expresaron su disgusto. Anziska continua, “la tardía expresión de disgusto y desanimo contradice los fallidos esfuerzos diplomáticos de los norteamericanos durante la masacre. La transcripción de lo acontecido en la reunión entre el señor Draper con los israelíes demuestra como los Estados Unidos fue un inconsciente cómplice en la tragedia de Sabra y Shatila. La masacre de Sabra y Shatila socavó severamente la influencia de los Estados Unidos en el Medio Oriente, cayendo en picada su autoridad moral. Inmediatamente después de la masacre, Estados Unidos se sintió compelido, por “culpabilidad”, a redesplegar a los marines que terminaron sin una clara misión, en medio de una brutal guerra civil”.

“El 23 de octubre, 1983, las barracas de los marines en Beirut fueron bombardeadas muriendo 24 de ellos. El ataque desencadeno una guerra abierta con las fuerzas apoyadas por Siria y muy pronto los marines se retiraron a sus embarcaciones. Como me dijo el señor Lewis, Estados Unidos salió de Líbano “con la cola entre las piernas”.

Los records en los archivos revelan la magnitud del engaño que minó los esfuerzos norteamericanos en evitar el baño de sangre. Trabajando con un parcial conocimiento de la realidad en el terreno, los Estados Unidos, con poca fuerza, cedió a los falsos argumentos y tácticas dilatorias que permitieron que una masacre que estaba teniendo lugar, continuara.

La lección de la tragedia de Sabra y Shatila es clara. Algunas veces aliados cercanos actúan contrariamente a los intereses y valores de los Estados Unidos. Para Estados Unidos, fallar en ejercer su poder para sostener esos valores e intereses puede tener desastrosas consecuencias: para nuestros aliados, para nuestra posición moral y más importantemente, para la gente inocente que paga el más alto precio de todos”.

A 30 años de ese infame acto de barbarie y a pesar de que la Asamblea General de la ONU lo condenó como un “acto de genocidio” y una comisión investigadora de las Naciones Unidas concluyo que las autoridades de Israel y sus fuerzas de defensa eran responsables de las muertes, sin embargo hasta hoy en día, ni una sola persona ha sido enjuiciada por la masacre de Sabra y Shatila. Como parte del acuerdo de 1990 que puso fin a la  guerra civil de Líbano, una amnistía fue otorgada a todos aquellos que participaron en esta y otras atrocidades. Algunos han tratado de limpiar sus conciencias al confesar públicamente ante los medios de prensa y los tribunales su participación en los más barbáricos actos de crueldad humana, que uno pueda imaginar.










Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.

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