viernes, 26 de octubre de 2012

LOS GUATEMALTECOS…



INTRODUCCIÓN

(…) Cuando el administrador regresó a Jutiapa inmediatamente le presentó la renuncia al dictador, ante lo cual lo hizo presentarse nuevamente a su despacho, para decirle ahora muy amablemente: “Mirá, dejá de estar sentido conmigo, debés entender que quien te quiere te aporrea. Volvé a tu trabajo, solo fueron unos golpecitos”.

Eso, al parecer, aprendieron muchos guatemaltecos, la clase subordinada y la clase dominante. Tuvo, por ejemplo, que pasar la tragedia de los seis muertos y decenas de heridos de Totonicapán para que ahora las manifestaciones sean pacíficas, civilizadas, sin provocaciones. Por el lado del partido reaccionario en el poder, corifeo del poder económico representado por las cámaras empresariales aglutinadas en el CACIF; ahora sí abrieron un espacio de diálogo directo. Los empresarios por su parte tan exigentes con que se despejaran las carreteras para que pasaran sus furgones con mercaderías, luego de la tragedia del tramo carretero de Cuatro Caminos y viendo los resultados de sus exigencias, ahora hablan con mesura e instan tímidamente a las soluciones negociadas en un viraje de 180 grados. Ambos grupos, los contestatarios y los detentadores del poder aprendieron la lección: la violencia nunca es buena consejera y ambos también entendieron las cosas “a las malas”.





LOS GUATEMALTECOS,
SIEMPRE LLEVADOS POR MAL

Por Luciano Castro Barillas

Es una vieja expresión guatemalteca que se refiere a las personas que no atienden ningún consejo y que terminan entendiendo o aparentando entender las sugerencias o recomendaciones a golpes, sean de garrote, puñetazo, puntapié o cinturón. Es decir, el lamentable fenómeno de la domesticación no de la educación. Era común escucharla en casi todos los hogares de Guatemala cuando un hijo no atendía las orientaciones y quería  -sin ganarse la vida por su cuenta-  decidir como persona adulta independiente, sin haberse conocido por acá las disparatadas teorías del aquél famoso psicólogo infantil de los Estados, el doctor Spock, quien “orientaba” a los padres de familia norteamericanos de la década de los años 50 que si un hijo lanzaba (cual arma arrojadiza)  por la cara los platos de comida a papá, mamá o sus hermanos, debían todos “tolerarlo”, “comprenderlo”, porque el niño solo estaba desfogando sus frustraciones y que tal gesto no debía concebirse como “mala educación”. (¿?) Lo cierto es que las entusiastas madres estadounidenses creyeron a pie juntillas lo dicho por el descocado doctor Spock y sus vendidos libros  -auténticos betseller de la época- y sin pasarlos por una crítica previa, literalmente, engendraron toda una generación de inútiles que incidió gravemente en el presupuesto de educación y salud pública de la década de los 60 con tanto gringo adicto que vagaban por todo el territorio nacional y el mundo promoviendo con la desobligación laboral “el amor y la paz”. Cincuenta años después   -muy fresco-  el doctor Spock se disculpó con los ciudadanos norteamericanos afirmando que sus teorías eran equivocadas, entre tanto, la generación de parásitos creados por él se prolongan hasta nuestros días.

Algo semejante se incubó en el imaginario colectivo guatemalteco, en la profundidad de su psique individual y social; como fruto de tanta y crueles dictaduras. Aparte de Rafael Carrera y Justo Rufino Barrios, ambos connotados dictadores, hubo uno muy especial con eso de repartir tundas a los guatemaltecos que él personalmente consideraba “mal portados”. Me refiero a Manuel Estrada Cabrera, el dictador ilustrado, pues no era milico sino abogado y notario, es decir, persona con la debida formación para entender los límites en el ejercicio del poder y los derechos de los ciudadanos. Pero no, Estrada Cabrera académico, con dinero y con poderes absolutos no podía superar (se decía era hijo putativo de la familia de banqueros quezaltecos de apellido Aparicio),  su lado oscuro, su bastardía y su marginación social. Había crecido como un excluido, a la sombra de los favores que la rica familia quisiera hacerle y su madre, doña Joaquina, empleada doméstica de esas casas grandes, siempre pudo darle ”su hartazón decente”[1] , como ella decía, con lo que en esas lujosas residencias sobraba, no necesariamente desperdicios para cerdos. Pues bien, este señor, fue el primero y luego lo hizo Ubico, que inició la tradición de aporrear con fuste y puntapiés a sus funcionarios públicos, tal el caso del señor Zifre, administrador de hacienda de Jutiapa, quien por un mínimo error contable fue virtualmente aturdido a golpes en el despacho presidencial, donde desorientado por la paliza, no encontraba la puerta de salida. Cuando el administrador regresó a Jutiapa inmediatamente le presentó la renuncia al dictador, ante lo cual lo hizo presentarse nuevamente a su despacho, para decirle ahora muy amablemente: “Mirá, dejá de estar sentido conmigo, debés entender que quien te quiere te aporrea. Volvé a tu trabajo, solo fueron unos golpecitos”.

Eso, al parecer, aprendieron muchos guatemaltecos, la clase subordinada y la clase dominante. Tuvo, por ejemplo, que pasar la tragedia de los seis muertos y decenas de heridos de Totonicapán para que ahora las manifestaciones sean pacíficas, civilizadas, sin provocaciones. Por el lado del partido reaccionario en el poder, corifeo del poder económico representado por las cámaras empresariales aglutinadas en el CACIF; ahora sí abrieron un espacio de diálogo directo. Los empresarios por su parte tan exigentes con que se despejaran las carreteras para que pasaran sus furgones con mercaderías, luego de la tragedia del tramo carretero de Cuatro Caminos y viendo los resultados de sus exigencias, ahora hablan con mesura e instan tímidamente a las soluciones negociadas en un viraje de 180 grados. Ambos grupos, los contestatarios y los detentadores del poder aprendieron la lección: la violencia nunca es buena consejera y ambos también entendieron las cosas “a las malas”. Unos por los muertos y heridos y los otros porque sintieron temor de desafiar a la fuerza popular organizada, no necesariamente con ideologías políticas, sino por el imperio de la necesidad: energía eléctrica sobrevalorada, carrera magisterial inviable económicamente por cinco años por la pobreza de las familias y aprensión a las reformas constitucionales que en nada beneficia a los sectores populares. En el Congreso, pienso, después de tanto abuso, también van a terminar aprendiendo a las malas, cuando el pueblo abrumado de tanta desesperanza, termine un día expulsándolos del hemiciclo a patadas.




“Ah, los guatemaltecos, siempre llevados por mal”, decían don Conce Yanes, carpintero del  Barrio Alegre de la ciudad de Jutiapa  -que asunto insólito-  gozaba de gran prestigio por los muebles rústicos y desajustados que elaboraba en su carpintería, eso sí, a buen precio.



[1] Guatemaltequismo que se refiere a las raciones de comida.










Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.

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