jueves, 1 de noviembre de 2012

LOS PITUFOS…



 INTRODUCCIÓN

Sandy la monstruosa tormenta llegó y pegó duro. La devastación que dejó a su paso por los estados del nordeste de la costa atlántica de los Estados Unidos es enorme y hasta ahora difícil de cuantificar. Nueva Jersey, Nueva York y Connecticut que forman parte de lo que se denomina como el Área Tri Estatal, apenas y después de cuatro días de caos y destrucción, empiezan a recuperarse. Los pronósticos meteorológicos que predecían la magnitud de la tormenta y del daño que esta causaría se cumplieron con exactitud y de poco sirvieron todas las medidas de emergencia que se tomaron para prevenir la furia del fenómeno natural que ha hecho quedar mal parados a políticos y funcionarios públicos y privados que ya empiezan a sentir la presión de un público desesperado ante la lentitud y la escasez de recursos para hacerle frente a la virtual paralización que se está experimentando en el área que hace difícil, ante la falta de energía eléctrica y de transporte público, la normalización de las actividades diarias.  Es ahora que la gente comienza a experimentar en carne propia el efecto de las medidas de austeridad tomadas por las autoridades estatales y municipales para reducir el déficit presupuestario que lógicamente han repercutido en la disponibilidad de recursos materiales y humanos para hacerle frente a una crisis de la magnitud de la actual. Fue precisamente y en medio del caos por la irregularidad o la carencia de transporte público para movilizarme al trabajo que me encontré esta mañana con un individuo desorientado y que por su apariencia o mejor dicho sus rasgos físicos (bajo de estatura, piel cobriza y nariz aguileña) supe y sin necesidad de preguntarle, que era guatemalteco. El tipo, un auténtico Pitufo, de los tantos que abundan por acá, de primas a primeras me soltó una andanada de palabras con gestos y todo, al más puro estilo de una english speaking person, vacilé por un instante pues no sabía si responderle en el idioma de G. W. Bush (cuya familia, por cierto, es originaria del muy afluente condado de Fairfield, Connecticut) o en el de mi preferencia, el Español. Pero al ver su arrogancia decidí por contestarle en la lengua que ahora él utiliza  como substituta a su lengua materna y de paso demostrarle que también macheteo el english, con la salvedad que lo hago cuando la necesidad lo amerita. No me sorprendió su actitud arrogante, eso sí, me quedé pensando si ese mismo comportamiento exhibido ante otro guatemalteco es la misma ante otras personas o solo el deseo de apantallar ante aquel que se percibe como inferior. Por último, el día que las ráfagas de viento de la tormenta soplaban a una velocidad de 50 a 60 millas por hora, un grupo de pitufos y un par de pitufinas, por aquello de que no hay que practicar la discriminación de género, armaron tremenda algazara en un sótano de la “City that Works”, disque para darle la bienvenida a Sandy, donde abundó el ron, el etiqueta negra y los pases, para luego, y con los ánimos ya caldeados casi rajarse las panzas a puñaladas. Marvin Najarro.
                                                                                                                                                             





LOS ESTADOS UNIDOS Y LOS PITUFOS

Por María de los Ángeles Roca,
guatemalteca migrante.


No es racismo. La crítica, tal vez repleta de sorna, es por sus actitudes, mal educadas, insolidarias y antipatrióticas. Francamente, esta otra clase de indígena guatemalteco alienado, proyanqui y antiguatemalteco son a todas luces personas reprochables. Son los peores enemigos de los migrantes que acaban de llegar y sufren a manos de ellos lo mismos atropellos del sherif Arpaio del condado de Maricopa en Arizona.  En la vida toda persona se hace acreedor a lo que dice o hace. Y realmente, después de tolerar las actitudes engreídas e insolentes de estos pitufos guatemaltecos, por demás altaneras y fatuas, uno da paso a la reflexión no sin dificultad por el disgusto causado. Estos pequeños hombres (por su baja estatura pues miden si mucho cinco pies) andan dispersos por Los Ángeles, Nueva York, Chicago o Stamford. Son de Quetzaltenango, Toto, Sololá o San Marcos, hoy llamado San Narcos, por el inequívoco trasiego de drogas en la porosa e imperceptible frontera con México y que se reivindica muchas veces como “luchas populares”. Excusa dorada para un gobierno de ultraderecha enemigo de las luchas del pueblo, sin embargo, en alguna medida, también les asiste la razón. Estos pitufos, insisto, no son azules, ni de color cobrizo como los pueblos amerindios, son de un blanco pálido, propio de los indígenas oligarcas xelajulenses. Los vecinos, cariñosamente, les llaman así por sus cuerpos menudos, rechonchos y fuertes. Más parecen japoneses por la negra pez de sus cabelleras y sus ojos lo suficientemente rasgados les hace unos esquimales inequívocos. No hay la menor duda que el hombre americano emigró de Asia y los hermanos Pitufos de la calle New Hampshire de Los Angeles son el más vivo ejemplo. Se sienten orgullosos de ser quetzaltecos, no importa si la tierra natal sea una de las tantas aldeas extraviadas en las frías  y escarpadas montañas del occidente de Guatemala o hayan tenido la suerte de nacer en algún barrio señorial del Centro Histórico de Xela. Viven y trabajan a destajo. En lo que venga. Con la oportunidad que se presente. No es su padre el belga Pierre Culliford, sino un indígena que no es oligarca, porque entonces no hubiesen tenido la necesidad emigrar para ganarse el sustento en los Estados Unidos. Son vanidosos y creen que los Estados Unidos son un país al que solo se viene a hacer dinero y que no existen valores tales como patria, amistad, amor y solidaridad. Se saben guatemaltecos pero no se sienten guatemaltecos. Se lamentan de serlo y lo consideran una desgracia. Portan la bandera del valeverguismo por doquier y en todas sus acciones y por lo tanto no les importa tirar la basura en las calles de las otrora limpias y ordenadas ciudades norteamericanas. Los histogramas de barras policiales se mantenían siempre en niveles bajísimos, pero desde que llegaron los chapines y los mexicanos las barras criminales empezaron a moverse negativamente hacia arriba, culminando no hace mucho con la muerte atroz de un mexicano a manos de un guatemalteco que lo agujereó a cuchillo de tal manera  -como queso roquefort-  dejándole como colofón de odio y perversión, hundido hasta el cabo, un cuchillo de cocina de 12 pulgadas. Era este asesino un guatemalteco valeverguista apátrida muy identificado con la ideología de los Pitufos quezaltecos de Los Ángeles.  “Todo vale verga vos”, vocingleran su extraña y decepcionante filosofía existencial. Ellos y otros guatemaltecos con semejantes posiciones del “vale verga vos”, los ha hecho odiosos junto a todos los latinoamericanos en los diferentes vecindarios de esta ciudad de amplias calles y avenidas flanqueadas de árboles. Cazan a hurtadillas los abundantes mapaches y las ardillas para comérselas chojineadas[1], a escondidas en sus casas, en sus apartamentos que, dignos al recibirlos, los transforman por obra y gracia de su valeverguismo en auténticas pocilgas donde deambulan cucarachas y chinches. Se emborrachan con frecuencia y ya así, en ese estado, lloran por volver a Guatemala y se sienten guatemaltecos, arrepintiéndose por efectos del alcohol, de ser “tan mala onda”. Todo un cuadro clínico de desestructuración psicológica resultado de la emigración, la explotación y la marginación, que les suelta las escamas del cobre por obra y gracia de unos cuantos tragos o cervezas, las cuales quedan tiradas en las calles, en la acera que sirvió de centro de operaciones o de improvisada barra. Así están nuestros paisanos migrantes en su gran mayoría: sin rumbo y no obstante, siendo muy puntuales en sus trabajos. Ignoran “la hora chapina” y no se insubordinan por nada  -ni por los palos ni porque les llamen indios-  a sus patronos gringos. Por ello descargan su frustración con sus paisanos y los tienen de esclavos, de “mozos y mozas” en la infinidad de tortillerías que hay en Guatemala, en oriente y en occidente, donde cientos de niñas de 12 a 14 años trabajan en condiciones de esclavitud a manos de propietarios indígenas que montan en nuestro país estas singulares “empresas” de trabajo infantil. ¿Existe la hermandad de sangre? Creo que no. El indígena, como el blanco, el japonés o el judío son tan explotadores como el gringo porque comparten la misma ideología: acumular riqueza sobre la base de la explotación del ser humano. Por eso, personalmente, no creo en “las hermandades de sangre”. Creo, sí, en la hermandad de clase, de nuestra condición de proletarios y la necesidad de nuestra unificación para sacar adelante a nuestro país e impulsar nuestras reivindicaciones particulares, sean indígenas o mestizas. Los Pitufos Gruñones están en Los Ángeles o Nueva York y el Pitufo Poeta no es, lamentablemente escuchado. Al contrario, luce con frecuencia avergonzado cuando en el teatro de Tapachula, deleitándonos una vez con el ballet de Moscú, estos inefables Pitufos, en la solemnidad de la gala y al amparo de la oscuridad de la sala soltaron dos ruidosos y hediondos pedos que hizo venir al celador del teatro a llamarlas la atención. Esos son los valeverguistas. La nueva generación de guatemaltecos. Lo que no les importa nada, excepto hacer dinero y prodigarse en lisonjas de las bondades de un sistema, como el de Estados Unidos, donde todo, afirman ellos, “vale verga”.




[1] CHOJINEAR: En Guatemala, principalmente en el oriente,  es equivalente a asar. El autor.









Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.

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