viernes, 21 de diciembre de 2012

¿POR QUÉ NEWTOWN…



Es evidente que la clase gobernante estadounidense ha perdido toda la capacidad de reflexión y de autocrítica, sabe que un análisis serio de la raíz de este y otros hechos trágicos terminará por señalarla a ella misma y a la sociedad que domina. Invocaciones de carácter religioso como las hechas por el presidente Obama en una ceremonia fúnebre en Newtown no fueron más que un ejercicio de oscurantismo religioso. Decirle a los afligidos padres no lamentarse o descorazonarse por la trágica pérdida de sus pequeños hijos, pues Dios se los había llevado al cielo, no solo es ser insensible al dolor que estos padres experimentan, sino también, son un insulto a la inteligencia de mucha de la gente de este país. Es entendible que las personas abrumadas por la tragedia busquen en la religión una manera de reconfortarse espiritualmente, sin embargo, en las manos del Estado, es un medio que sirve para ofuscar, para encubrir los orígenes sociales y políticos de tales eventos.



¿POR QUÉ  NEWTOWN Y LOS NIÑOS?



Por Marvin Najarro

Esta es sin duda la interrogante que abruma a la mayoría de habitantes de ese pequeño poblado al sur del estado de Connecticut y por ende a toda la opinión pública del país. Y es que nadie esperaba que una tragedia de tal magnitud envolviera en su doloroso y sangriento manto a una comunidad tranquila, sobre todo que las victimas en su mayoría hayan sido pequeños inocentes albergados en un recinto escolar. A pesar de que en los últimos tiempos se han dado este tipo de fatalidades con suma frecuencia ya que en el 2012 han tenido lugar, incluyendo este último acto, seis hechos sangrientos que involucran espacios públicos, como las muertes en un teatro en Aurora, Colorado, las del templo Sikh en Oak Creek, Wisconsin, un negocio de rótulos en Minneapolis, Minessota, un salón de masajes en Brookfield, Wisconsin, y muy recientemente en un centro comercial en Portland, Oregon. Lo sucedido en la escuela de Sandy Hook ha causado una profunda conmoción que quizás haga que el sentido de invulnerabilidad quede roto para siempre a causa de un irracional acto de conducta humana.

Lo inhumano de semejante hecho de violencia es profundamente perturbador. Más allá de las motivaciones del hechor, la masacre en Newtown no hace más que poner al descubierto la brutalidad que impregna el tejido de la sociedad estadounidense. La matanza del viernes 14 de diciembre es la más reciente en una serie de incidentes de tal naturaleza en un país que ha sido el escenario de repetidos estallidos de violencia. Sin embargo, las dos últimas décadas se han caracterizado por la inusual recurrencia, aun para los estándares de esta nación, de esta clase de acontecimientos violentos.

La frecuencia y magnitud de este fenómeno de violencia apunta hacia una causa subyacente. Entre los eventos más significativos y a los que se suman los mencionados arriba están el bombazo en la Ciudad de Oklahoma en 1995, la masacre de Columbine, Colorado en 1999 y la matanza en Virginia Tech en el 2007. Esto debería de servir para un serio análisis por parte de la clase gobernante de Estados Unidos que ha perdido toda capacidad para auto examinarse y que, al contrario, responden igual que los medios de prensa, con el ya conocido y gastado discurso de lo incomprensible y el sin sentido de la maldad. Si hay una respuesta más amplia esta se reduce a la necesidad de una conversación nacional sobre el control de armas y promesas vacuas de políticos de poner más atención a los problemas de salud mental cuando ellos mismos están haciendo todo lo que pueden para reducir al mínimo este tipo de programas.

Es evidente que la clase gobernante estadounidense ha perdido toda la capacidad de reflexión y de autocrítica, sabe que un análisis serio de la raíz de este y otros hechos trágicos terminará por señalarla a ella misma y a la sociedad que domina. Invocaciones de carácter religioso como las hechas por el presidente Obama en una ceremonia fúnebre en Newtown no fueron más que un ejercicio de oscurantismo religioso. Decirle a los afligidos padres no lamentarse o descorazonarse por la trágica pérdida de sus pequeños hijos, pues Dios se los había llevado al cielo, no solo es ser insensible al dolor que estos padres experimentan, sino también, son un insulto a la inteligencia de mucha de la gente de este país. Es entendible que las personas abrumadas por la tragedia busquen en la religión una manera de reconfortarse espiritualmente, sin embargo, en las manos del Estado, es un medio que sirve para ofuscar, para encubrir los orígenes sociales y políticos de tales eventos.

Es conveniente recordar a todos aquellos políticos que invocan la religión lo que dijo el presidente Lincoln al describir la carnicería de  la guerra civil que él lideró: “Si Dios quisiera que cada gota de sangre extraída con el látigo debiera ser pagada por otra gota extraída con la espada, entonces los juicios del Señor son todos correctos. Las tragedias de este mundo (la guerra civil) -insistió Lincoln- son el producto de crímenes mundanos (esclavitud).

La cultura de la sociedad norteamericana está fundamentada en la violencia, siempre ha sido una cultura violenta. Existe una amplia gama de explicaciones parciales del por qué esto es así. El control de armas y la salud mental son parte de esa cultura, aunque no los factores determinantes como se pretende y que a la vez evade una seria discusión. Una sociedad enferma produce gente enferma, una sociedad en la que se valoriza muchas formas de violencia inevitablemente reproducirá muchas encarnaciones de ésta. Esto no justifica las acciones ni tampoco racionaliza las motivaciones asesinas del perpetrador, pero es una honesta evaluación de los factores que conducen a tal comportamiento, el cual no puede ser exitosamente amortiguado con leyes y medicación.

Aunque muchos especialistas en asuntos del comportamiento humano traten de establecer patrones de conducta similares entre diferentes asesinos en masa ya sea en Estados Unidos u otras regiones del mundo donde los ataques suicidas son comunes, estos obvian mencionar  -y si acaso, se les escapa inadvertidamente- que la raíz del problema subyace en otra parte. Lejos de ser incomprensible, el crimen es del todo comprensible. Los orígenes no son difíciles de rastrear: desigualdad sin precedentes, una ideología política oficial reaccionaria sin un mínimo de contenido progresista y, sobretodo, el increíble nivel de violencia perpetrada por el Estado, acompañada por la brutalización de la sociedad en su conjunto.

Algo que apunta a esta conexión son las características que aparecen con regularidad en el ejecutor o ejecutores de estos asesinatos en masa: el uso de armas estilo militar, los asaltantes (Adam Lanza por ejemplo) vestidos con indumentaria de combate, la participación frecuente de ex soldados. Lanza de 20 años de edad vivió la mayor parte de su vida durante la llamada “guerra contra el terrorismo”, ocupaciones neocoloniales, ataques con aviones no tripulados (drones), tortura, secuestros y un incesante asalto sobre los derechos democráticos. Los constantes esfuerzos por promover el miedo y la paranoia; el sentido de que el enemigo está al vuelta de la esquina, terminan por afectar a individuos mentalmente vulnerables, como en el caso del asesino en la escuela de Sandy Hook. Las pasadas dos décadas se han caracterizado por guerras en las que el mundo ha presenciado el potencial destructivo de la maquinaria de guerra de los Estados Unidos.



Dane Archer, un estudioso sobre la relación entre guerra y violencia dentro de las sociedades con propensión a hacer la guerra, hace uso de información histórica y de estadísticas multinacionales para demostrar cómo el hecho de hacer la guerra produce significativas y consistentes alzas en las tasas de homicidios entre los ciudadanos comunes y corrientes. La legitimación y autorización del asesinato, atrocidades y el ataque a civiles indefensos en la guerra causa un aumento en los asesinatos en casa.

Obama es el primer presidente de los Estados Unidos que declara abiertamente el derecho que tiene de asesinar a cualquiera y en cualquier parte del mundo, incluyendo a ciudadanos estadounidenses. El dedica una buena parte de su tiempo seleccionando quienes serán eliminados por medio de ataques a control remoto, con pleno conocimiento de que civiles -incluyendo mujeres y niños- serán, como resultado, asesinados. Se estima que unas 365 personas han sido asesinadas por medio de los ataques con drones en Paquistán, de los cuales 176 son niños.

El estado educa a la sociedad que gobierna, no sencillamente en sentido paternalista o ideológico, sino que, a través del ejemplo, de su comportamiento. Como seres humanos y sin que esto signifique una ofensa a las pequeñas victimas de Newtown, valdría preguntarse, ¿por qué únicamente cuando se trata de niños y jóvenes, mayormente blancos norteamericanos, que la gente se alarma? ¿Puede alguien seriamente pensar que este país puede infligir destrucción y dolor en todas partes del mundo y no sufrir las consecuencias de tan inhumano y criminal comportamiento en su propia casa?

Existe una conexión directa entre lo que en nombre de los valores democráticos norteamericanos se hace a otros en lugares como Iraq, Irán, Afganistán, Siria, Paquistán y lo sucedido en Newtown, Connecticut.








Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.

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