sábado, 27 de julio de 2013

PENSANDO TONTERÍAS



(…) ¿De dónde salen esos miles de millones? ¿A dónde van a parar? ¿Por qué será que hay gente que vive sobre el duro y puro suelo,  que se muere de enfermedad común, que no tiene un bocado que llevarse a la boca, que no sabe leer ni escribir? Si fuéramos un país de haraganes  -digo yo en mi tontera- ¿de dónde sale tanto pisto? Y si no somos un país de haraganes ¿por qué está jodida la mayor parte de la gente?



PENSANDO TONTERÍAS


Por Manuel José Arce

El fenómeno de los precios y de sus alzas, para mí que no tengo ni la menor noción de las Ciencias Económicas, es un asunto sumamente complejo o sumamente simple: depende de dónde se vea.

Me parece algo así como la “reacción en cadena” de las bombas atómicas: una cuestión que, una vez comienza, ya nadie la puede parar, pero todos sabemos a dónde va a parar.

Los árabes le suben el precio al petróleo. Luego, todos aquellos que usan petróleo para las fábricas, para el transporte, para lo que sea, aprovechan y le suben el precio a sus productos; eso sí: con un  agregadito más de los imprescindible porque, ¡ni modo que solo los árabes van a ganar! Entonces, los que se ven afectados de alguna manera por los nuevos precios también le resultan subiendo a lo que ellos venden  -lógico-  “para no perder”, con el cachito de ganancia, por supuesto. Así las cosas, la subidita de precios se vuelve una especie de maratón de “a ver quién llega más lejos”. Y como los árabes no solo venden petróleo, sino que también compran cosas, cuando el aumento de precio les llega de regreso en los productos que ellos importan, ni modo, le vuelven a subir al petróleo… De tal manera, el jueguito sigue sin parar.

Pero, al final de cuentas ¿quién pagó el pato? Si se trata de países, el pato lo pagan las pobres naciones que no pueden imponer precios sino que tienen que sujetarse a los precios que le imponen las naciones poderosas, así como nosotros, como nuestra Guatemalita que, a la hora de vender su café, su azúcar, su algodón, sus productos, pues, son los compradores los que disponen cuánto nos van a dar; pero a la hora de comprarles a ellos sus carros, su gasolina, su maquinaria, hasta su hojita de rasurar, son ellos los que disponen cuánto tenemos qué pagarles. Esto tratándose de países. Si se trata de personas, el que paga el pato es el que no tiene otra cosa qué vender que su propio trabajo: el que no puede subirle el precio a nada, ni a las aguas que no vende, ni a los carros que no importa, ni a las casas que no da en alquiler, ni a los granos básicos que cultiva pero no distribuye él; la pobre gente que solo tiene su jornal para vivir (comer, pagar alquiler, comprar ropa, comprar medicinas, pagar la luz y el agua, pagar el transporte, pagar los abonos del radiecito de transistores, ir alguna vez al cine, etc., etc.). Ese pobre es el que siempre sale fregado, el que carga con el peso de todas las encaramadas de precios, el que lleva a tuto sobre sus espaldas la pirámide social.

De tal manera, y “aunque usted no lo crea”, los habitantes de los asentamientos, los campesinos guatemaltecos, los pequeños empleados y los obreros de nuestro país resultan pagando en parte, en compañía de la gente que está en su misma situación en otros países como el nuestro en todo el mundo, la prosperidad de los petroleros árabes, los viajes espaciales, las sofisticadas armas nucleares, las guerras comerciales, las suntuosas mansiones, los avances de la ciencia, la buena vida y el “alto standard” de algunos países y de algunas gentes.

Yo me quedo baboso al ver cómo hay de plata ahora en nuestro país. Pero más baboso me quedo al ver cuánta miseria hay también. Y claro, como en el juego de la encaramadita de precios cada quien que puede pega su pellizco y saca su tajada, la prosperidad y la comodidad de los tajadores y pellizcadores sale ganando, a costillas del que, en última instancia, es quien sufre los pellizcos y las tajadas. Se habla ya, como cosa muy natural y sencilla, de miles de millones de quetzales. Las cifras se llenan de ceros elegantes. Vea, no más, el auge de la construcción. Vea, no más, la cantidad de carros nuevos que inundan nuestra ciudad. Pero, en mi tontera, me pongo a pensar: si solo somos seis millones de chapines, a cuánto por cabeza nos tocaría en esos miles de millones que no aparecen así no más, como por gesto hipnótico de Mandrake. ¿De dónde salen esos miles de millones? ¿A dónde van a parar? ¿Por qué será que hay gente que vive sobre el duro y puro suelo,  que se muere de enfermedad común, que no tiene un bocado que llevarse a la boca, que no sabe leer ni escribir? Si fuéramos un país de haraganes  -digo yo en mi tontera- ¿de dónde sale tanto pisto? Y si no somos un país de haraganes ¿por qué está jodida la mayor parte de la gente?

Y mientras yo me hago estas preguntas tan tontas, los precios siguen subiendo, se vuelve lujo comer fruta y comer verduras en un país agrícola por excelencia, se vuelve un lujo tener buena salud en un clima que tiene carácter de medicinal, todo, hasta lo más indispensable, se vuelve un lujo…

Ay Dios ¡qué ingratos somos!










Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.

No hay comentarios.: