domingo, 30 de marzo de 2014

El burdel, la iglesia y la revolución

A la pregunta clásica de qué hacer lanzada a la historia por Lenin, Bakunin, en su obra Dios y el Estado, vino a responder que irse de putas, rezar sumisamente u optar por la revolución.


EL BURDEL, LA IGLESIA Y 
LA REVOLUCIÓN


Por Armando B. Ginés

A la pregunta clásica de qué hacer lanzada a la historia por Lenin, Bakunin, en su obra Dios y el Estado, vino a responder que irse de putas, rezar sumisamente u optar por la revolución.

Mucho ha tronado y llovido desde entonces, pero las alternativas, pese a las apariencias, siguen siendo más o menos las mismas, esto es, dejarse embaucar por el espectáculo capitalista, rendirse a la verticalidad jerárquica del sistema ideológico o rebelarse contra el régimen de explotación en el que vivimos inmersos.

La esencia del ser humano exige la rebelión y el pensamiento crítico, la dialéctica del qué hacer teórico haciéndolo en la práctica. Ambos momentos se refuerzan, son aspectos complementarios de un idéntico movimiento que busca la libertad social y colectiva de todos, al menos de la inmensa mayoría.

Ciertamente, el capitalismo no entregará las armas únicamente con idealismo y voluntad de querer. No se advierten soluciones mágicas para derribar a tan colosal enemigo. Su ejército es mastodóntico, tanto en las vertientes militares y represivas como en los medios de difusión culturales.

Pero continúan valiendo las palabras certeras de Mijaíl Bakunin. Hay que dar la batalla en diferentes frentes, pero jamás dejarse llevar exclusivamente por la acción política coyuntural. Esta es la vía preferida del posibilismo con atavío izquierdista, el camino que toma la compleja realidad social como un todo modificable a base de discursos y componendas puntuales de segundo orden. Sin ideología que dé consistencia a la política, las señas de identidad y las profundas transformaciones sociales que se necesitan se van perdiendo en la confusión meramente parlamentaria.

Hay que pactar mirando al horizonte, no quedándose instalados en el párrafo legal que tenemos delante, mirándonos el ombligo de la victoria pasajera como si fuera ya el triunfo definitivo de la justicia universal. Acumular fuerzas debe ser el objetivo último, no desmovilizar a la clase trabajadora con alegrías banales y pasajeras.

La lucha contra el capitalismo no puede entablarse con medias tintas y retórica fácil. A lo largo de su trayectoria, el sistema capital-trabajo ha demostrado una flexibilidad enorme, adaptando su ideología a etapas o fases muy diversas sin quedar afectada su estructura económica de poder absoluto.

Las estrategias utilizadas por el régimen capitalista para permanecer vivo y coleando todavía han sido muchas, pero dos destacan por encima del resto: la extensión y generalización del consumo intrascendente y el apuntalamiento de una superestructura ideológico-cultural proclive a sus intereses ocultos a base de elevar a los altares un individualismo ficticio contrario a la solidaridad y el pensamiento crítico y rebelde.

Ese yo insustancial cercado por compulsiones inmediatas y la libertad dirigida mediante mensajes subliminales de estatus y competitividad salvaje impiden ver la compleja realidad en sus verdaderas relaciones de clase y de hegemonía vertical difusa.

Las alternativas u opciones siguen siendo similares a las apuntadas con tino por Bakunin. Evadirse y mirar para otro lado, agarrarse a las falsas verdades de la tradición o lanzarse a la liberación del yo esclavo a través de la revolución social y el contacto con el otro en igualdad de condiciones. Resulta evidente que no apostamos aquí por la enfermedad infantil de confundir la voluntad de poder y la crítica radical con tomar la calle solamente con fundamentos basados en dogmas o catecismos leídos e interpretados a la ligera.

Un análisis coherente de la realidad debe tener en cuenta la correlación de fuerzas en litigio y, antes que nada, saber a qué nos enfrentamos. Puro tacticismo sin estrategia de largo recorrido suele conllevar frustraciones de larga duración.

Ahora bien, dicho lo dicho, una afirmación clara: sin rearme ideológico, la izquierda transformadora está condenada a su enésimo fracaso. La crítica al capitalismo ha de ser radical, pero siempre acompañada de una dirección de destino, que si bien no ha de ser cerrada a cal y canto en un domicilio concreto, si debe ser lo suficientemente diáfana para indicarnos un amplio lugar de llegada que sirva de referente a la clase trabajadora.

Hoy la izquierda en su conjunto, salvo honrosas excepciones, no conoce ni el lugar de partida ni el de destino. Su crítica se nutre de movimientos cortos y redundantes que no salen del círculo capitalista. La agenda política está marcada por los intereses y querencias de las derechas. Nadie ofrece un proyecto global de superación del marco social e ideológico en el que nos hallamos empantanados.

A las percepciones de Bakunin, habría que agregarle la pregunta radical de ¿qué hacer? La soluciones espontáneas parecen condenadas al fracaso porque a sus móviles les falta el condimento de un programa de futuro serio y participativo. Viven únicamente de impulsos de presente, de rabiosa actualidad que adolece de una aproximación detenida y profunda a la compleja realidad sociopolítica y cultural. El personalismo y las urgencias son adversarios temibles de la izquierda consecuente, tanto como la quietud amable de los que rastrean pactos posibles a toda costa para salvar los muebles de la crisis que hoy arrastramos.

¿Ganar tiempo para qué? ¿Para apuntalar al sistema con concesiones superficiales y tapar la boca de la contestación social o para construir horizontes que vayan más allá de la cárcel capitalista? Comer hoy, sin más, es el hambre diferida  y la indigencia crítica y rebelde que nos traerá la próxima crisis.

Lo ya reseñado como colofón. Irnos de putas con el sistema capitalista. Adaptar nuestra insatisfacción a la plantilla de la costumbre y el statu quo. O la revolución consecuente. ¿Qué hacer? De momento, quitarnos el traje del yo en la plaza pública, poniendo después nuestra completa desnudez individual al servicio del yo social. Una vez que todos estemos desnudos, el mundo lo veremos de otra manera: podremos vestirnos de nueva rebeldía y auténtica libertad. ¿Para qué si no hemos venido a la vida? ¿Nada más que para someternos a la clase pudiente y decir sí al poder establecido, recogiendo las migajas de la opulencia y la injusticia social? ¿Pactismo a ultranza, barbarie neoliberal o  socialismo del siglo XXI? También podría decirse, irse de putas, untarse de mojigatería y tradición inveterada o hacer la revolución. El menú está servido. Que no se quede frío, por favor.







Punlicado por LaQnadlSol
CT., USA. 

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